Despertó muy temprano,
cuando el sol apenas asomaba en el horizonte. Observó con atención los altos
muros que eran rebasados por las copas de los árboles. Entre sus troncos
habitaba una oscuridad absoluta; el muro no dejaba pasar la luz, que tímida se
insinuaba entre las hojas. Se sentó
triste, y por un momento, quedó inmóvil y pensativa.
Le fascinaba ver
claridad por todos lados; la oscuridad siempre le dejaba una sensación de
temor, como si de ella pudieran desprenderse entes diabólicos que pudieran
llevársela.
Se levantó de repente
y con una expresión ilusionada, fue por sus pinceles. Después de algún tiempo, troncos de árboles y
espacios de muro, se convertían ante sus ojos, en un mar en calma. El tono azul
igualaba al del cielo; parecía que en su superficie se bañaban las estrellas,
tranquilas y sin pudor; su desnudez estaba protegida por las copas de los
árboles. Ella aún pudo pintar una gaviota, que volando de prisa, cruzó el
horizonte. Mientras las olas avanzaban como queriendo mojarle los pies.